NARRATIVA

Lidxi Guendabiaani. Toledo, elogio de los nuestros.

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Lidxi Guendabiaani. Toledo, elogio de los nuestros.

Por Fabián Villegas.

Bien dicen que el tiempo no siempre alarga su cuerpo, es caprichoso y da la impresión de  relacionarse con nosotros siempre con recelo. El jueves 5 de Septiembre por la noche cuando me enteré de la muerte de Francisco Toledo, lo primero que me hábito por asalto fue un pasaje de “La muerte pies ligeros”, donde una muerte quijotesca deambula con ingenuidad y nobleza por el istmo de tehuantepec reconociendo su lugar y cuerpo en el mundo. Pecho tierra en la cuneta de la sierra, arrastrando consigo y sin darse cuenta la luz y el aliento de este universo, atemorizada, buscando pasar inadvertida frente a una zoología fantástica de monstruos y de insectos. 

El legado de Francisco Toledo es de un valor inconmensurable, tiene capas, cavidades, ha epidermizado los universos simbólicos de su identidad regional. Hizo de su obra una narración de los universos simbólicos que habitan el Sur, a través de una suerte de epistemología del autoreconocimiento, a través de la memoria, la pérdida y un sentido de imaginación política que parece inaccesible, intransitable, indomable, reticente al orden narrativo de los “conceptos” y a las clasificaciones del arte contemporáneo. 

Toledo dejó un espacio muy difícil de llenar, que comprende un sentido de ética política que abrazaba práctica artística, compromiso social y articulación de tejido comunitario. Incluso si lo abordamos desde una dimensión más crítica, el acuse de recibo podría salirnos más caro, ¿cuantas referencias tenemos de obras en el mundo del arte contemporáneo que articulen práctica artística, compromiso social y articulación de tejido comunitario? En “ecosistemas culturales” donde la “contemporaneidad” es una simulación, la imposición de  una temporalidad colonial, o la sujeción a compartir problemas globales desde las pautas y la narración de los multiculturalismos liberales. O desde un lugar donde la vanguardia goza definirse como antipedagógica, y radicalmente antidemocrática.

A Toledo nunca le gusto alimentar el rol de objeto de fetichismo étnico, ni atavismo regional que tanto le fascinan a ciertas prácticas curatoriales cada que se aproximan a su obra bajo la narrativa de “Cosmopolitanismo Juchiteco”. Ni tampoco refrendo esos criterios coloniales que veían en él vulgarmente una suerte de misticismo chamánico de la cultura Oaxaqueña. Toledo era consciente de la enorme dimensión extractiva de las “metodologías”, de la perversidad de la folklorización, de lo deshumanizante de las representaciones, y de la articulación de estas con esquemas coloniales de despojo, precarización, privatización, violencia, hostigamiento y opresión en la región.

De Toledo queda mucho, su obra, su solidaridad, su empatía, su humildad, su compromiso, su coraje, su genialidad, su elocuencia, su lucha, el centro fotográfico Álvarez Bravo, el centro de las artes de San Agustín, el jardín etnobotánico de Oaxaca, la biblioteca Francisco de Burgoa, la biblioteca para ciegos y débiles visuales Jorge Luis Borges, la fonoteca Eduardo Mata, el instituto de artes gráficas de Oaxaca. El taller arte papel Oaxaca, la A. C. Pro-Oax, casa de la cultura de Juchitán, el acervo José F. Gómez y acervo Lola y Manuel Álvarez Bravo. Los  premios CaSa de crecaión literaria en lenguas indígenas. Proyectos editoriales como Ediciones Toledo, Editorial Calamús, Guchachi 'Reza, El Alcaraván, El Comején y cada uno de los espacios y proyectos donde contribuyo solidariamente de todas las formas posibles. 

Larga vida Maestro.


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